26 de marzo de 2024
Pudiera parecer que los servicios informáticos "en la nube" no son contaminantes, pero nada más lejos de la realidad.

 

Podemos pensar que la informática y las tecnologías digitales pueden ayudar a minimizar la huella que dejamos en el medio ambiente, pero para que la mayoría de los servicios digitales funcionen, se necesita energía eléctrica, lo que genera ya de por sí gran cantidad de emisiones de CO2.

Cuando hablamos de "la nube", lo primero que nos viene a la mente es la imagen de algo limpio, no tangible y aislado, sin ningún tipo de conexión. Un lugar de almacenamiento indefinido de gran cantidad de datos, archivos o programas, que, como no podemos ver o tocar físicamente, nos hace creer que no supone ningún impacto negativo en el planeta. 

Es tal la comodidad que trasmite el alamcenamiento de datos "en la nube", que nos puede llevar a pensar que solo trae beneficios: evitas el traslado a otro lugar con el ahorro económico que eso supone; y las reuniones o formación a distancia, por ejemplo, permiten optimizar los procesos de trabajo.

Pero la realidad es totalmente distinta: la nube es física y lo forman multitud de servidores conectados entre sí, lo que conlleva un consumo eléctrico global muy elevado, además de generar residuos y emisiones contaminantes.

 


 

Según el informe Clicking clean de Greenpeace elaborado en 2017, se calcula que “la huella energética del sector de las tecnologías de la información equivale a un consumo de aproximadamente el 7% de la electricidad mundial”.

Según publica Google, cada búsqueda que realizamos en Internet libera al medio ambiente 0,2 gramos de CO2, por lo que

unas mil búsquedas equivaldrían a conducir un coche durante un kilómetro.

 

Fuente: revista Kontsumobide

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